El Alfarero




Los ceramistas (alfareros), nos hemos considerado los maestros del fuego. Cuando hay otros oficios que también trabajan con el fuego (forjadores, fundidores, vidrieros, etc), y podrían considerarse tan maestros como nosotros.

Leyendo este relato que os traigo hoy, uno se da cuenta, que el fuego era solo parte del propósito, en realidad, como dice el titulo, somos (o hemos sido) domesticadores del agua.




EL DOMESTICADOR DEL AGUA
Juan Barril
Relato


Domesticar el agua es un trabajo difícil, porque la lluvia riega muy bien pero hay que buscar un sistema para llevarse el agua a la boca. Los animales lo tienen muy fácil: el agua del charco es una manera cómoda de beber. Pero los hombres no se llevan bien con el agua. Se les escapa entre los dedos y, cuando cae al suelo, la tierra se la traga. En tiempos primitivos, era el hombre el que acudía al agua: levantaba sus casas junto al cauce de los ríos y el caño de las fuentes. Pero alguien dijo que lo que teníamos que hacer era crecer y multiplicarnos. Y así fue como los habitantes del mundo antiguo empezaron a alejarse del agua, pero no renunciaron a ella.

Siempre he creído que mis antepasados eran de esa suerte de gente que primero pone la dificultad y luego busca la solución. De la misma manera que todo un Dios construyo al primer hombre con barro, los hombres también deberían corregir la obra de Dios y el desencuentro entre la humanidad y el agua. No fue muy difícil.

Llegaron los romanos con sus legiones y preguntaron: "¿Queréis agua en la cima de aquella colina?". Y los conquistados dijeron que si, aunque fuera a cambio de un templo pagano. Y así fue como se construyeron los acueductos y la tierra se partió en pequeños riachuelos que iban de la fuente a la cisterna.
Luego llegaron los moros y preguntaron: "¿Queréis que el agua salte? ¿Qué los jardines hablen? ¿Qué las flores sean eternas?. Y la gente dijo que si, aunque fuera a cambio de no comer cerdo y de sustituir la idea del cielo cambiando ángeles asexuados por bellas huríes vírgenes dispuestas a todo.

Pero todos esos inventos eran para aguas grandes
El agua menuda seguía trasegándose a lomos de mulas, en odres y en barricas, de la fuente a la pila, del aljibe al cubo. Y fue en este momento cuando mis antepasados volvieron a pensar en el sexto día de la creación y comprobaron que para domesticar el agua hacían falta otros tres elementos: el aire para hacer girar las aspas de los molinos, la tierra para dar forma a los recipientes y el fuego para hacerlos impermeables.

El mundo se lleno de ollas de terracota, de ánforas de bases curvadas y de jarras con formas femeninas. A veces en los lugares mas desarrollados, los servicios del común pasaban con grandes cisternas sobre ruedas para abastecer a los hogares con el agua cautiva y se veían, correctamente alineadas, las piezas de alfarería que mi familia había torneado y cocido. Así, bastaba llenar las jarras y luego cada cual se la llevaba hacia su casa apoyándolas en equilibrio perfecto sobre su cabeza.

Pero yo no quiero mancharme mas con el barro primigenio
Se acabaron las ollas de tierra, que cuando se caen al suelo se hacen añicos. Lo que ahora se lleva es el plástico, el PVC y otras maravillas de la industria petrolífera. Con mi invento, un niño de tres años puede trasegar tres litros de agua mineral sin temor a que el recipiente se rompa. Se acabaron el agua de lluvia y el tacto harinoso de los bordes de las vasijas. Eso, en mi empresa, lo dejamos para el turismo de productos típicos. Pero el negocio del agua continuamos haciéndolo con plástico. ¿Qué dice usted que eso no es sostenible? Realmente pensaba que los romanos habían acabado con todos ustedes.